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Una clínica creada y organizada a conciencia

La inauguración de Clínica Corachan había significado realmente toda una revolución en el ámbito médico en la ciudad de Barcelona, y su fama y reputación de toda la actividad que en ella se llevaba a cabo fueron creciendo con el paso de los años. En 1929, su cuadro médico ya contaba con una docena de médicos, y en 1936 se aproximaban a la treintena.

A su vuelta del exilio en Venezuela, Manuel Corachan consideró que sería muy positivo que el equipo médico que él había logrado consolidar en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau aportase su talento también en la clínica, pero no tuvo tiempo de hacer efectiva la incorporación de sus colaboradores de manera oficial. Los cofundadores de la clínica tomaron la iniciativa y se involucraron en el proyecto de relanzarla, de manera que, en pocos años, Clínica Corachan volvió a ser considerada uno de los mejores centros privados a nivel europeo, por sus avances médicos y la manera de proceder en las intervenciones quirúrgicas y tratamientos. El espíritu de su fundador estuvo siempre presente, puesto que Corachan lo había organizado todo a conciencia. La filosofía con la que el centro fue creado marcaba su diferencia. La clínica nació con una motivación clara de poder ofrecer el más amplio servicio, lo más cómodo y completo posible para los pacientes, de manera que las distintas disciplinas de sus discípulos y colaboradores, así como la combinación de aptitudes, fueran complementarias al máximo. Era un gran equipo compenetrado, al servicio de la mejor atención del paciente.

En la clínica se hacían radiografías y análisis, se disponía de un servicio de anestesia, atención y preparación preoperatoria y un equipo de cirugía de primer orden, y se garantizaba un postoperatorio con la comodidad de un hotel de cinco estrellas.

Un pequeño colectivo de monjas carmelitas misioneras teresianas, que en 1916 el propio Manuel Corachan había contratado, continuaban ofreciendo una atención personalizada de primera calidad. A lo largo de varias décadas, las carmelitas atendieron diferentes tareas de apoyo, como el servicio de cocina, pero también aportaban su valor y su saber en los quirófanos, humanizando así el acompañamiento de los pacientes en todo momento. De hecho, es a algunas de esas monjas a las que se atribuye, en parte, la proeza de salvaguardar la actividad de la clínica durante los difíciles años de la guerra, excepto unos meses en que la clínica fue incautada por la FAI (Federación Anarquista Ibérica). Gracias a ellas se mantuvo en marcha el centro, también por la valentía y esfuerzo de varios médicos, empleados y familiares de Corachan. Entre ellos se destaca el coraje del histórico contable Salvador Estalella Escoda y del doctor Josep Maria Ramentol Rifà.

En la entrada principal del edificio de la clínica, había siempre tres o cuatro botones a punto para abrir la puerta de vehículos particulares y taxis que llegaban al centro con visitas o entrega de encargos, flores e, incluso la prensa de la que se disponía en las habitaciones. Durante varias décadas, Clínica Corachan dispuso también de una biblioteca en la planta baja de la torre principal, y una capilla con su propio capellán.

Corachan contó siempre con el arquitecto novecentista Josep Maria Martino Arroyo para la remodelación y ampliación de edificios, además de intervenir en su casa familiar en Sitges.

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